sábado, 15 de abril de 2017

El sentimiento de rechazo a la Lactancia Materna.

Quién me sigue y me conoce sabe que soy una persona muy lactivista. Estudio para Asesora de Lactancia y defiendo y promuevo, siempre con estudios en mano, la importancia y los beneficios de la lactancia materna tanto en el bebé, como en la madre y hasta en la sociedad actual. Tengo libros relacionados con la lactancia, estoy al corriente de novedades y nuevos artículos de investigación y, como no podría ser de otra manera, mi hija pequeña y yo llevamos trece meses lactando.
Pero no todo ha sido así siempre. Yo no he sido así siempre.




Desde pequeña quise ser madre joven y desde pequeña me imaginaba amamantando a mis hijos. Pensaba que era un instinto innato y que era fácil, que el extra de la LM venía de serie en la maternidad cuando parías a tu cachorro.
En el embarazo de Diego no me informé, lo veía todo tan fácil, que pensaba que si tenía tantas ganas de dar pecho nada malo podía pasar.
Llegó el día, parí a mi niño y me di de bruces contra la realidad. Una realidad que nadie me contó y de la que yo no me informé. Una lactancia fracasada con muchísimo dolor que os cuento aquí.

Cuando salía a la calle y veía a mujeres amamantando, me invadía por dentro un profundo sentimiento de tristeza y rechazo. Cuando mis amigas, recientemente madres, le daban la teta a sus bebés, yo me sentía muy incómoda. Y lo que más me pasaba; cuando leía por internet o en alguna revista o consulta médica, información sobre lo buena, maravillosa y beneficiosa que era la lactancia materna... Me sentía atacada, me sentía ofendida y enseguida reprochaba. 
Acababa de dar por concluida mi lactancia con muchísimo dolor y, todo lo que veía a mi alrededor eran mamás super felices dando teta a sus pequeños.

Las miraba de reojo, porque aunque no quisiera verlas, sabía que realmente me encantaba lo que estaban haciendo.


Qué decir de cuando veía lactancias prolongadas... Pequeños de más de un año enganchados a su mamá... Ellas habían conseguido X meses/años de feliz lactancia con el sacrificio que ello conlleva y yo... Yo no había podido cumplir ni un mes. Cómo me flagelaba yo sola y cómo me culpaba a diario por no haber sido capaz.
De hecho, sólo tengo una foto mía dandole un biberón a Diego (la que encabeza el post). No quería ni echarme fotos, y ahora me doy cuenta de lo tonta que fui y del daño que yo misma me hacía.

Entonces algo cambió. Entonces me dije "basta, Mika. Aquí hay un problema y hay que ponerle solución, tú no eres así". Empecé a leer y leer y leer y leeeeeer... A informarme de la mano de pediatras, enfermeros, matronas, grupos de apoyo, grupos de maternidad y asociaciones. 
Ví que mi lactancia no había fracasado, que yo no había fracasado. Comprendí que se juntaron varios factores mezclados con una profundísima desinformación. Y entonces entendí, que los días que le había dado de mamar a mi hijo, lo había hecho lo mejor que sabía y podía y le había dado lo mejor del mundo. Lo mejor de mí. Que estaba sola y que mi entorno no me apoyaba, que un pediatra inepto me había mandado a la farmacia a comprar biberones y polvos y yo sólo le había hecho caso. 

Concocí a otras madres a las que les había pasado o estaban pasando por algo similar y me di cuenta de que este sentimiento es más normal de lo que nos pensamos, pero que se habla muy poco de ello por vergüenza y por temor a ser juzgada.
Y entonces pasó. Dejé de culparme y de llorar al preparar los biberones y cambié el chip. Ponía todo mi amor en cada toma y creaba el famoso vínculo con caricias, susurros, besos, nanas y amor mientras mi fiera se tomaba su leche.

Empecé a sentirme bien conmigo misma y a desterrar ese sentimiento de culpa que tenía tan arraigado dentro. Me costó trabajo, pero menos de lo que pensaba que me iba a costar. Hablaba a mis amigas embarazadas de todo lo positivo que tenía la leche materna y les intentaba informar para que alimentaran a sus hijos como ellas quisieran, pero siempre, siempre, repletitas de información fiable.

A los dos años y medio me quedé embarazada de mi hija y cuando di a luz y empecé a tener problemas con su lactancia, busqué ayuda. Ya sabía que las tomas no debían doler, ya sabía cómo tenía que ser un agarre correcto, ya sabía como distinguir una mastitis... Ahora solo quedaba poner la teoría en práctica, y estaba convencida que con una asesora iba a ser mejor y muchísimo más fácil.
Sólo me bastó ir un día a que me enseñaran a colocármela bien para que todo fuera rodado. Cero dolor, cero molestias, cero tabúes, cero desinformación y mucho, muchísimo amor.

Este sentimiento de rechazo es común, pero no por eso es bueno. Puede hacer daño a mamás que se pueden sentir juzgadas pero, sobretodo, nos hace daño a las personas que lo sentimos o lo hemos sentido. En mi caso me ayudó ver que no era peor persona por sentirlo, sólo tenía una herida dentro y tenía que trabajar un poco para curarla.

Otra cosa es la gente a la que simplemente no le gusta ver bebés comiendo de sus madres y, bueno... Es respetable aunque yo por ejemplo no lo entiendo. Pero si todos hiciéramos por respetarnos, el mundo sería un lugar mucho más bonito.