viernes, 18 de mayo de 2018

A mi ahijado.









¿Qué es ser madrina? En teoría y para gran parte de la sociedad, el deber de una madrina es acompañar a su ahijado a lo largo de su vida religiosa. Guiarlo en la fe de Dios. Comprometerse a inculcarle los valores bíblicos y la importancia de la iglesia. Estar presente en todos los sacramentos que realice. Ser un modelo a seguir.

¿Qué es para mí ser tu madrina? Para mí ser tu madrina es más complicado, más significativo y más bonito.
Es acompañarte a lo largo de todos los momentos especiales e importantes de tu vida. Es guiarte cuando te pierdas, darte la confianza para que me cuentes si algún día te pasa algo y poder ayudarte sin juzgarte. Es comprometerme a estar a tu lado y enseñarte la importancia de ser buena persona. Es estar presente, aunque nos separe la distancia. Sufrir cuando estás enfermo igual que sufro cuando lo están mis propios hijos. Alegrarme cuando logras algo, tus primeros pasos, tus primeras palabras... Es hacer a través de mi actitud hacia ti, que me quieras aunque sepas que no soy un modelo a seguir, que fallo como todo el mundo, que no soy perfecta... Pero que te adoro con todo mi corazón. Es que aunque nos separen muchos kilómetros, me acuerdo de ti siempre. Con cada Daniel que conozco, con cada tienda de bebé... O sin venir a cuento.
Es quererte igual que quiero a tu hermana mayor, y aunque tú tienes un lugar especial en mi vida, a ella la adoro del mismo modo. Es ayudar a tus padres siempre que me necesiten. Decirles que me quedo con vosotros para que ellos puedan descansar... Es no cansarme de cogerte, de reír contigo, de verte crecer.
Que cada vez que tu madre me envía una foto hecha solo para mí, se me ilumine la cara. Derretirme cuando la causa de tu carcajada soy yo. Es preguntar por ti y considerarte tan de mi familia como cualquiera que lleve mi sangre, aunque a ti y a mí no nos unan lazos biológicos.



Hace un año nacías tú, mi primer y único ahijado. Igual que siempre quise ser madre, siempre quise ser madrina.
Me gustaría que algún día leyeras esto, y aunque prometo demostrártelo y decírtelo muchísimas veces, quiero que sepas que te quiero más que a mi vida. Que tanto tu padrino como yo vamos a estar a tu lado, en lo bueno y en lo malo. Que junto a tus padres, no te dejaremos caer y si lo haces, te daremos las herramientas para que aprendas a levantarte. Que te apoyaremos en todo.
Hace un año llegabas para sanar a tu madre y para hacer felices a todos los que tenemos la suerte de conocerte... Eres un pedazo de cielo. Estoy segura de que cuando crezcas hablarás de nosotros y te enorgullecerás de los padrinos que tienes, no de que hayamos sido, si no de que hayamos estado.

Cuando tus papás, que son nuestros mejores amigos, nos lo propusieron a mi marido y a mí, fue en una época en la que yo estaba un poco triste... Recuerdo el momento en el que nos dieron una ecografía en la que ponía "¿queréis ser mis padrinos?". Aludo ese momento con un cariño muy especial.
Ser padrinos es una grandísima responsabilidad que no hubieramos aceptado si no supiéramos que podemos con ella. Recibimos como regalo la confianza de unos padres que tenían a mucha gente a su alrededor, pero que pensaron que nosotros íbamos a desempeñar este papel más allá de lo convencional. ¡Entre todas las personas del mundo, nos eligieron a nosotros!
Existen padrinos que estuvieron en el bautizo de sus ahijados y nunca más se supo de ellos. Nosotros queremos ser lo contrario. Nosotros somos lo contrario.


Cuando naciste y fui a verte... Sentí un amor inexplicable. Y entonces todo lo que lo te quería dentro de la barriga de tu madre se multiplicó por mil. Y todo lo que la quería a ella también.

Y ya ha pasado un año. Y sólo deseo que sientas por mí un poquito de lo mucho que siento yo por ti. Que seas toda tu vida tan feliz como lo eres con un añito. Que rías, ames, bailes, luches y que trates a tus padres con cariño, respeto y amor.






Feliz primera vuelta al sol, pequeño.

lunes, 7 de mayo de 2018

Nos quitaron tanto que acabaron quitándonos el miedo.

Hace una semana salió a la luz la sentencia por el caso de La Manada. Una ola de indignación y rabia recorrió gran parte de los hogares españoles. Condenaron a los cinco integrantes del grupo a nueve años de cárcel por abuso sexual, en vez de veintitantos años por violación.

A raíz de eso, hubo concentraciones en los ayuntamientos y plazas de la mayoría de ciudades de nuestro país.
La cosa no quedó ahí. Twitter ardió en protestas y se puso en marcha un nuevo movimiento con el que nos volcamos: #CUÉNTALO.
Se trataba de hacer entender que la gran mayoría de nosotras, hemos sufrido en algún momento de nuestra vida acoso, abuso, violencia machista o violación.





Yo, con un poco de miedo, conté por lo que había pasado:

- Sufrí acoso sexual en un trabajo por parte un compañero. Me tocaba sin mi consentimiento y cuando le decía que parara, se reía en mi cara. Cuando se lo contaba a la única compañera de trabajo mujer que tenía, ésta me contestaba que no me rayara, que eso se lo había hecho a cuanta mujer había trabajado con él. Yo le decía que iba a hablar y me respondía que eso ya lo intentó una chica y acabó en la calle de inmediato previa humillación, además nunca se pudo demostrar nada. Yo dependía de ese sueldo y no podía permitirme dejar el trabajo. Nunca había pasado por algo así en ninguna situación laboral y me decía a mí misma que podía aguantarlo hasta que me saliera otra cosa.
Cuando salía de trabajar me montaba en el coche e iba a echar currículums. Estuve así cuatro meses hasta que la cosa subió de nivel. Entraba a trabajar llorando y salía de trabajar llorando. Se apoderó de mí una profunda ansiedad que me empujó a tener el valor de dimitir. Sin paro, sin otro trabajo al que ir, con una mano delante y otra detrás y con dos hijos pequeños. A los pocos días hice tres entrevistas de trajabajo y a la semana siguiente volví al mercado laboral. Me arriesgué mucho y esos días de angustia y estrés los recuerdo a la perfección. No voy a entrar en detalles, pero el karma es sabio y la cosa acabó muy mal para ellos.

- Cuando tenía catorce años, en una excursión en la que nos llevaron a hacer Rafting por el río, un monitor me separó del grupo y me metió mano hasta por debajo del pantalón de deporte que llevaba. Empecé a intentar zafarme y el que entonces era mi tutor, nos vio, vino corriendo y me sacó del agua de forma brusca. Se me caía la cara de vergüenza -A MÍ-, al pensar en qué pensaría el resto.
Me estuvo diciendo durante semanas que contara lo que él había visto, que me podía ayudar.

Estas son las cosas que más se salen de lo que tristísimamente hemos normalizado, pero al igual que muchas de vosotras, he pasado por chantaje al no querer practicar sexo con algún novio, "o follas conmigo o me follo a otra". También he soportado que casi todas las noches que salgo de trabajar y vuelvo dando un paseo a casa, me digan guarrerías y que cuando yo, que por fin he aprendido a no callarme ni una, contesto, se me paren en coche al lado a ponerse gallitos, me insulten, me amenacen o me sigan. SÓLO POR DECIR QUE ME DEJEN TRANQUILA. 

Al abrirme y publicar esto por la red social Instagram tuve un tremendísimo efecto espejo.
Me empezaron a llegar mensajes de chicas que habían sufrido cosas parecidas o cosas mucho más fuertes. Varias de ellas me autorizaron a que de forma anónima subiera sus testimonios, lo que ocasionó una reacción en cadena. Iba en el coche de camino a casa de mi familia cuando pensaba que había terminado de leer y contestar todos los mensajes, pero cuando por la noche me senté y cogí el movil, vi que no había hecho más que empezar. Tenía decenas y decenas de mensajes. Me senté en el salón y me puse a hablar con todas ellas. Por cada testimonio que subía de forma anónima me llegaban dos con un "joder, esto es lo que también me pasó a mí" seguido de su historia. Alucinaban al ver que alguien había sufrido algo con casi la misma exactitud que ellas mismas. Entendieron que no estaban solas. Muchas de ellas tienen secuelas a día de hoy por abusos que sufrieron de niñas o ya de mayores.
Yo esa noche me dormí cerca de las cinco de la mañana con cada una de esas historias en mi cabeza.
Tíos, primos, abuelos, parejas, padres, amigos, desconocidos, vecinos, maridos... Gente que se supone que las tenía que querer, gente que se supone que tenía que velar por ellas, que las tenía que cuidar... ¡Hicieron todo lo contrario! A la mayoría desde niñas... A muchas desde siempre.

¿No os pasa que a veces, sentís que conocéis a la gente con la que os relacionáis a través de las RRSS? Os comentan las fotos/vídeos, os mandan mensajes privados, confían en vosotras, se sienten afines a tu contenido, si no publicas en tres días se preocupan y te preguntan si estás bien... Pues a mí saber que a todas estas chicas les habían hecho tantísimo daño me dolió en lo más profundo. Me llenó de rabia y de impotencia.
Yo soy de encariñarme rápido con la gente, y el otro día leer esos mensajes para mí fue como leer una novela de terror. Empatizo asombrosamente fuerte y esa noche me costó horrores cerrar los ojos y no pensar en todos aquellos abusos. Cuando por fin me dormí, tuve pesadillas y cuando me levanté a la mañana siguiente mi primer pensamiento le perteneció a ellas.

Así que eso hizo reafirmarme en mi manera de pensar y me dio, más ganas aún si cabe, de seguir luchando contra todo ese horror. Tengo una hija y sólo espero saber tener las herramientas suficientes para que el día de mañana, confíe en mí y me cuente si pasa por algo así. Para ayudarla, para apoyarla, para arroparla. Muchas de esas chicas contaron lo que les pasó y las trataron de locas. Porque había lazos familiares de por medio o intereses económicos. Se vieron solas, desvalidas y humilladas, ¿hay derecho a eso?

Confío ciegamente en que esta revolución merece la pena. El día de mañana la frase "he sido acosada" será una excepción y no algo que hemos vivido casi todas. Tendremos un mundo mejor en el que se criarán nuestros nietos gracias a la lucha de sus abuelas, tías, madres.




miércoles, 28 de febrero de 2018

Viajar con niños: DISNEYLAND PARÍS.


Hace unos días volvimos de hacer nuestro primer viaje internacional con las fieras. Realmente planeamos muy pocas cosas, no nos hicimos ningún horario, ni guía, lo fuimos haciendo todo sobre la marcha y nos salió bastante bien. Aprendimos muchísimas cosas que pondremos en práctica cuando repitamos.

No voy a decir que viajar con un niño de cinco años que se cansa cuando da cuatro pasos seguidos y con un bebé de casi dos que no es más terca porque no puede, ha sido fácil. Pero sí diré que ha merecido la pena.




Os voy a contar cómo lo hicimos, el presupuesto por el que más o menos nos salió y las rutas que llevamos a cabo para ver casi todo. Fuimos en plan mochileros, nada de restaurantes caros ni de despilfarres. Queríamos ver monumentos, museos e ir a Disney, todo en cuatro días.

Lo primero que hicimos (con dos meses de antelación) fue coger los vuelos. Nos ayudó el padrino de Delia porque nosotros hacía mucho que no cogíamos un avión y estábamos un poco perdidos. No sé si cogió alguna oferta o algo, pero nos salió, ida y vuelta los cuatro con Ryanair (Delia a dos semanas de cumplir dos años no paga) por 270€ aproximadamente.

El avión aterriza en el aeropuerto de París-Beauvais, con lo cual teníamos que coger un autobús que nos dejase en el centro. La ida y vuelta de la ciudad al aeropuerto nos salió a los cuatro por 77€.

Después buscamos un apartamento por el centro de París. Aquí no nos importaba gastarnos un poco más porque éramos conscientes de que la ubicación nos iba a facilitar mucho la vida. Tuvimos suerte y encontramos uno justo en el Trocadero. Teníamos la Torre Eiffel a menos de diez minutos andando y el Arco del Triunfo igual. Habían dos bocas de metro a 3 minutos del piso, tres o cuatro supermercados, farmacias, panaderías, restaurantes... De todo. Lo alquilamos por la plataforma AirBnb, contando las tasas de gestión, las personas adicionales y los gastos de limpieza, nos salió el piso por unos 365€ las cuatro noches. Nada caro para estar totalmente reformado, en una buena zona y con tanta accesibilidad. Aquí os dejo 25€ de descuento en vuestro próximo viaje si os registráis con este enlace.


Diez días antes cogimos las entradas de Disneyland. Esto nos salió por 182€ dos adultos y un niño. Aquí Delia tampoco pagaba. No obstante hay una oferta ahora mismo que hasta el 20/03/2018 las entradas de adulto cuestan como las de niño. Aquí os dejo el link.

La semana antes del viaje tuvimos que hacerles los DNIs a los pequeños y unos días antes nos hicimos los cuatro la tarjeta sanitaria europea, para viajar es muy necesaria y mucho más si vamos con niños.

La comida en París es muy cara. Todo, absolutamente todo te cuesta más que en España. Compramos pasta, pan, yogures, leche, cereales, huevos y mucha fruta y verdura... Fuimos haciendo la comida por la mañana antes de salir de casa y nos la llevábamos, ya que nos pasábamos todo el día fuera para aprovechar el tiempo al máximo.

En el metro nos gastamos 15€ en 10 billetes. Nos sobraron cinco porque al llevar el carrito muchas veces nos abrían la puerta sin necesidad de pasar el ticket. Cogimos muchísimos trenes y creo que por no esforzarse en entendernos, nos abrían sin preguntar y sin pedirnos nada.

Nuestro itinerario fue el siguiente:

Cogimos el avión de ida a las 19:00h y llegamos a las 21:20h. El vuelo fue una odisea, una azafata cogió a Delia y se la llevó a pintarle cosas en las manos porque no paraba quieta, era puro nervio.


Aquí veis a Delia en estado puro. Aprendió a soltarse el cinturón y tuve que pelear un poco con ella.
¡Y aún no habíamos despegado!



Poco después de aterrizar, cogimos el autobús y sobre las 23:15h llegamos a París (nos dejaba en Porte de Maillot). Cenamos rápido en un McDonald's y cogimos el metro, que menos mal que cierra a la 1:00 a.m.
Llegamos al piso casi a las dos de la madrugada.
A la mañana siguiente nos despertamos temprano y cogimos el metro de nuevo hasta el Louvre.




París promueve el arte y la cultura de tal manera que los niños y los menores de veinticinco años no pagan museos. Por lo cual el único que pagaba para entrar era Néstor (unos 15€).
Además el trato a las familias con niños es exquisito, no hicimos colas para entrar (¡y vaya colas había!) con el simple hecho de llevar un bebé, los de seguridad te pasaban por delante de todo el mundo.








Pasamos toda la mañana en el Louvre. Delia durmió todo el rato y Diego estaba excitadísimo por la exposición del antiguo Egipto, le encanta todo ese tema. Era nuestro guía particular, nos explicaba –él, un niño de cinco años– qué eran las falúas, los sarcófagos, las momias, los escribas, los jeroglíficos, cuántos Dioses había y cómo se vivía en aquella época. Era magnífico escuchar con que entusiasmo lo miraba, tocaba o contaba todo.






La cosa cambió cuando acabamos con eso y fuimos a otras zonas del museo, ahí empezó a impacientarse y nos costó un poco que aguantara, ¡bastante bien se estaba portando el pobre!

Después del Louvre fuimos a los Campos Elíseos y comimos allí. Estuvimos una hora y bajamos andando a la Torre Eiffel, disfrutando de las calles y de la gente.




Llegamos al monumento por excelencia y compramos los tickets para subir. Yo ya había estado pero sólo había subido hasta la segunda planta, esta vez quería ver el mirador. Nos costaron las entradas 43€ y nos pasamos el resto de la tarde ahí. Vimos el atardecer desde la cima y fue maravilloso.





Al día siguiente madrugamos y salimos hasta la estación de tren que nos llevaría a Disneyland (RER A) compramos ida y vuelta y nos salió por 37€.





Al llegar empezó la aventura. Era mejor de como me lo imaginaba... Todo, cada absoluto rincón, era magia pura. Cuidaban cada mínimo detalle y recuerdo que al pasar la puerta volví a sentirme como una niña. Hacía un día espléndido, ni una nube, pero hacía mucho frío, -3ºC. Íbamos bien equipados con ropa térmica, cinco capas y gorros bufandas y guantes, pero aún así el helor que había nos ralentizaba un montón.





Fuimos un día de máxima afluencia, lo cual no entiendo porque no era ninguna fecha especial, ni Navidad, ni fiestas, hacía muchísimo frío, era fin de mes...
Si pudiera cambiar algo de nuestro viaje sería coger un fastpass. Nos montamos en pocas cosas porque las colas eran de 90 minutos, que se dice pronto.


Aquí Diego super emocionado en una cola.

Encima perdimos un montón de tiempo en una de las atracciones, ya que cuando llevábamos una hora y cuarto de cola nos evacuaron por algún incidente con el tren. Tuve que inventarme una historia muy graciosa para que Diego no tuviese miedo en ese momento.

Al ver a Mickey Mouse los niños se tiraron a sus brazos. Le abrazaron, le besaron, le chocaron los cinco y le cogieron la mano. Fue el momento más mágico para ellos. Han pasado cinco días y Delia aún le dice a la gente que vio a Mickey, se le quedó grabado dentro.





Lo mejor de ir con Delia es el Baby Switch, es decir, hago cola una vez con Diego y cuando terminamos de montarnos, yo me cambio por Néstor, que está fuera esperando con Delia y así el niño se monta dos veces haciendo cola sólo una.
También esperamos una hora antes del comienzo del espectáculo final. Queríamos estar en primera fila para ver semejante pasada. Creo que esta es una de las cosas más bonitas que he visto en toda mi vida. Lloré muchísimo, estaba super emocionada. Encima justo al lado un chico hincó la rodilla y le pidió matrimonio a su novia, fue muy bonito.






Al terminar volvimos a coger el RER A (importante conservar los billetes hasta que lleguéis al destino, a la familia de al lado los multaron por no llevarlos) y anduvimos quince minutos hasta nuestro piso.



Al día siguiente nos despertamos un poco más tarde, cogimos de nuevo el metro y nos fuimos a Montmartre, uno de los barrios más bonitos de la ciudad.
Visitamos Le mur des Je t'aime y el Moulin Rouge.






Volvimos a coger el metro y fuimos a Notre-Dame. Yo ya había estado, pero volver a verla me removió mil sentimientos por dentro. Es majestuosa y una autentica pasada.




Esta vez volvimos a casa para echarnos una siesta y después fuimos a ver el Arco del Triunfo y el encendido de la Torre Eiffel desde el Palais de Chaillot mientras nos comíamos unos auténticos crêpes franceses.





Hicimos las maletas y aquí viene la peor parte del viaje. Al día siguiente nuestro avión salía a las 22:00h y teníamos que dejar el piso a las 11:30h de la mañana. Como ya conté aquí, era una faena estar tantas horas con un niño, un bebé, tres maletas, dos mochilas y un carrito, dando vueltas por la ciudad a -3ºC.
Fuimos al Palacio de Congresos que es como una especie de centro comercial gigante que tiene zonas con cargadores, sofás, wi-fi, televisión... Hicimos tiempo hasta la hora de comer y unas maravillosas personas nos dejaron sentarnos en su cafetería para comernos la comida que nosotros llevábamos. Se portaron genial, nos invitaron a café y a unas pastas e hicieron que creyéramos que el mundo podría ser aún mejor si todos tendiésemos una mano a quien lo necesitara. Sé que no me leerán, pero les estoy profundamente agradecida por el trato que nos dieron, como si nos conociesen de toda la vida.
Después de comer y hacer un poquito más de tiempo cogimos el autobús hacia el aeropuerto.




Merendamos allí mientras jugábamos con los niños y veíamos alguna serie en el móvil con Netflix.
El tiempo se pasó más rápido de lo esperado y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos facturando el equipaje. El vuelo se retrasó, pero duró veinte minutos menos de lo esperado, al ser de noche los niños se durmieron, lo cual fue una faena para el momento del aterrizaje, protestaron mucho al sentarlos y ponerles el cinturón. Después de coger las maletas y recoger nuestro coche salimos hacia Murcia. Llegamos a casa a las 2 de la mañana.

En resumen, el viaje nos salió por unos 1100€ aproximadamente sin contar lo que gastamos en comer allí (unos 120€). Lo pagamos poco a poco, en diciembre cogimos los vuelos, en enero el transporte aeropuerto-ciudad y el piso, en febrero las entradas de Disneyland y ultimamos detalles...

Me he cansado sólo de escribir el post al recordar los cuatro días sin parar, pero ay... ¡Cómo mereció la pena! París es una ciudad con muchas cosas para ver, mucho que hacer y una magia y romanticismo difícil de explicar. Viajar con niños es una experiencia muy especial, una manera diferente de disfrutar. Qué bonito ver el mundo a través de sus ojos.


viernes, 2 de febrero de 2018

La de al lado no es competencia, es compañera.

SORORIDAD.

¿Habías escuchado antes este término?
¿Sabes qué significa?





Sororidad es un pacto social, ético y emocional construido entre mujeres.
Sororidad es saber que, aunque todas somos diferentes, todas somos iguales.
Sororidad es ver triunfar a otra mujer y alegrarte.
Sororidad es ayudar a crecer a otra como tú. O a otra diferente. O a otra parecida.
Sororidad es no criticar porque la de al lado no hace lo que tú. Críar como tú. Pensar como tú. Vestir como tú. Amar como tú.
Sororidad es pensar que nos unen más cosas de las que nos separan.
Sororidad es solidaridad. Con ella y contigo misma. Con tu hija, con tu hermana, con tu amiga o con tu madre.
Sororidad es tratar como amiga a cualquier mujer, aunque no la conozcas.
Sororidad es saber que cada vez que una da un paso, todas avanzamos.
Sororidad es hacer que no hayan prejuicios entre nosotras, mejor que haya amparo, protección, compasión.
Sororidad es hermandad, alianza, apoyo, fuerza, empoderamiento.

Si no te gusta lo que hace otra mujer, pasa de largo. Si no te gusta como viste, no compres la misma ropa. Si no te gusta la carrera que ha elegido, no estudies eso. Si no te gusta que se quede en casa con sus hijos, no lo hagas.


Sororidad es cambio. Como ya he dicho en alguna ocasión, sobretodo antes, prejuzgaba con demasiada facilidad. Ahora lucho en contra de eso mismo, y lo hago intentando ponerme en la piel de la otra persona, lo hago educando a mi hijos en la igualdad.

Creo en un mundo mejor, y creo firmemente que juntas somos más fuertes que por separado.
Creo que la negatividad atrae más negatividad y que ayudar desinteresadamente hace que el corazón se ensanche un poquito más. Creo que cuando nuestros hijos sean mayores, habrá mucha menos tasa de maltrato y de machismo. Sueño porque esa tasa sea de cero. Lucho porque esa tasa sea de cero.



Me alegra enormemente ver triunfar a una otra mujer. Ver ascender a mi cuñada. Ver sacarse la carrera de medicina a mi vecina. Ver cómo mi mejor amiga ha hecho su sueño realidad teniendo hijos y criándolos en casa. Me alegra ver como mi tía viaja por el mundo. O cómo mi prima lucha por cambiarlo. Me alegra ver como mi hijo no entiende de colores, de juguetes, de sexismo. Y como mi hija usa la ropa de su hermano sin importarle lo más mínimo. La gente piensa que ser generosa es regalar, y realmente ser generosa es el mejor regalo para una misma.

En cambio no me gusta ver como critican a mi amiga por no haberle puesto los pendientes a su niña. O a mi otra amiga por decidir que no quiere tener hijos. Odio cuando me dicen "pero si la peor enemiga de una mujer es otra mujer" o cuando me imponen hacer lo que consideran correcto cuando para mí no lo es. Odio cuando alguien trunca los sueños de otra persona sólo porque no puede cumplir los suyos propios. Me duele cuando una madre infravalora a su hija, le corta las alas, haciendo que ésta crea que no sirve y que le cueste mucha ayuda saber que es válida para lo que se proponga.

Y ahora te pregunto... ¿Eres sorora? El cambio empieza en uno mismo y tenemos más poder del que nos hacen creer. Yo, mí, me, conmigo contigo. Las mujeres fuertes se levantan las unas a las otras.