Diego tenía una una hipertrofia amigdalar de grado IV, el grado más grande de todos. Las dos amígdalas le chocaban, como podéis ver en la siguiente foto:
Nos dimos cuenta porque alrededor de los dos años, empezó a no ganar peso. No podía tragar y le costaba mucho esfuerzo comer trozos normales de comida, había que triturarlo o cortarlo en trocitos pequeños... Y eso no era lo peor, empezó a tener apneas mientras dormía. Al principio no suponían demasiado, dos o tres despertares. También roncaba. Recuerdo grabar audios a mi familia diciéndoles que era Diego el que roncaba y no creérselo. Era bestial, parecía un adulto.
Otro síntoma era que tenía infección absolutamente todos los meses. Su cuerpo dejó de tolerar ciertos antibióticos y nos costaba mucho que le bajara la fiebre, porque estaba ya hecho a ellos. Llegó un punto en el que al niño dejó de dolerle la garganta. La tenía completamente llena de pus y él ni se quejaba, nos enterábamos porque le subía la fiebre a 39-40 ºC.
Lo llevamos al pediatra varias veces (a infección por mes...) y, después de informarnos mucho, le sugerimos valorar la operación. Él decía que no, que las amígdalas eran una defensa natural del cuerpo y que en muchas ocasiones operarlo podría ser peor.
Pero con el paso de los meses, el dormir se convirtió en un auténtico calvario para todos, pero sobretodo para él. Las apneas llegaron a tener una duración de más de treinta segundos, dejaba de respirar completamente y tardaba más de medio minuto en volver en sí, con su correspondiente susto y llanto.
Volví a dormir con Diego, que ya dormía solo en su habitación. Yo también me asustaba y él necesitaba tenerme a su lado cuando se despertaba de esa manera tan brusca. Podía tener cuatro o cinco a la hora, aunque a veces dormía hora y media del tirón. Haced las cuentas e imaginad el infierno.
Seguimos visitando al pediatra. El niño, con tres años y medio, pesaba poco más de doce kilos. No comía, no dormía y nosotros no vivíamos. El doctor seguía tanteando antibióticos y poco más.
Unas semanas después nos mudamos a Murcia (todo lo anterior transcurrió en un pueblo de Alicante) y allí, tras algunas valoraciones y tras verle las dos pelotas de tenis que tenía por amígdalas, a la segunda infección con su correspondiente fiebrón, su nuevo pediatra no se lo pensó. Tenía que ser operado.
Empezó a mandarnos pruebas, análisis... Lo puso todo prioritario porque el niño estaba sufriendo, se veía apagado... Siempre estaba malo.
Le hicieron una endoscopia nasal, es decir, le metieron una cámara que parecía un spaguetti por los orificios nasales. Efectivamente, estaba todo lleno de vegetaciones, con lo cual el niño no respiraba bien ni por la nariz, ni por la boca. Después de esa prueba, todo fue más rápido porque, al costarle tanto respirar, nos dijeron que podía desarrollar daño en los pulmones por el propio esfuerzo.
La cosa se retrasó un poco, porque Diego ya tenía cuatro años y le correspondía el hospital general para la operación, pero como estaba tan bajo de peso, lo tenían que operar en el infantil, en el que la lista de espera era mucho más extensa.
Mientras tanto seguimos visitando al otorrinolaringólogo infantil, pasando infecciones, sin dormir y no cogiendo peso.
Aun así, no tardaron ni tres meses en llamarnos, fue todo bastante rápido, aunque la espera se hizo eterna.
Nos llamaron para hacer el preoperatorio. Lo pesaron, lo midieron, y le hicieron un análisis completo de sangre. Si todo iba bien ya nos llamarían para darnos fecha para operar.
Pero no, a las cuatro horas, estando yo trabajando, me llamaron del hospital. Uno de los parámetros del análisis había salido muy alterado, había que repetirlo al día siguiente. Yo empecé a preguntar que qué era lo que había salido alterado y empecé a llorar en medio del trabajo. Me dijeron que podía ser un falso valor, que no me preocupase y que al día siguiente fuera, esta vez con el niño desayunado.
Hicimos lo que nos dijeron, yo tenía un nudo y una preocupación que no he sentido en la vida.
Le hicieron otro análisis y a las cuatro o cinco horas me volvieron a llamar. Yo, al ver el número del hospital, antes de cogerlo ya me vine abajo. Me llamó la propia anestesista y me dijo que al niño lo tenía que ver el hematólogo, que me pasara por el hospital lo antes posible que ya tenía redactado el volante. Yo le dije que por favor no me dejara así, que ella era doctora, que me dijera qué pasaba. Ella me dijo que eso me lo tenía que decir el especialista, que ella no podía mojarse.
Empezamos a ir de un sitio a otro, visitas, pinchazos a Diego... A la vez teníamos las revisiones por un problema que tuvo en el riñón izquierdo, así que fueron unas semanas muy difíciles y con mucha incertidumbre.
El resultado de los análisis fue que Diego tenía la coagulación mal. El primer análisis pintaba muy feo. El siguiente, seguía pintando muy feo, pero mejoraba un poco. Y ya la última prueba, que era la definitiva, seguía saliendo alterada pero estaba lo suficientemente bien para poder ser operado.
Nos advirtieron que, por la gran zona a extirpar y el problema de la sangre, posiblemente entrara a quirófano dos veces, una para operar, y otra por la posible hemorragia que podía tener en las siguientes horas.
Totally, que a los pocos días ingresó.
Lo llevaron a la habitación y volvieron a pesar y medir, no lo iban a viar hasta entrar en quirófano, lo cual agradecimos bastante. A las tres horas lo bajaron y me hicieron darle un jarabe para atontarlo antes de la anestesia. A los minutos empezó a alucinar, decía que estaba en Egipto, que si yo no veía todas esas pirámides. Empezó a reírse, a cantar... Parecía un mini borrachito.
Aquí antes de tomarse el jarabe. |
Aquí ya estaba en Egipto |
Cuando salió, seguía medio grogui después de la anestesia general. En la habitación ya se empezó a recuperar y a comunicarse ¡hablaba! Escuchar esa vocecita de pito, en ese momento era música para mis oídos. Hablaba poquísimo y muy flojito. No se quejaba salvo para decir que tenía hambre.
Pasamos la noche en el hospital y fue muy bien. No tuvieron que meterlo una segunda vez a quirófano, todo fue sobre ruedas. Él me pidió que durmiese a su lado, como en casa. Una auxiliar me reprochó dos veces el acostarme a su lado, la segunda, lo hizo al grito de "vaya madre" con sus compañeras. Me gritó a las cinco de la mañana que me bajase de la cama, despertando a mi hijo recién operado y haciéndolo llorar. Se llevó una hoja de reclamaciones, por supuesto.
Nos dieron el alta haciendo hincapié en que Diego no comiese cosas duras o muy calientes durante 7-10 días. Tomando la medicación a sus horas, apenas le dolía (y mirad que el cirujano nos dijo que era un dolor intenso y continúo, que tuviésemos paciencia los primeros días...) La primera semana tenía apneas esporádicas, porque la zona estaba inflamada. La recuperación después ha sido maravillosa, han pasado tres meses y aún tiene la voz un poco aguda, pero sólo ha tenido un catarro sin importancia, ha cogido más de tres kilos y las apneas han desaparecido por completo, por lo que por la noche descansa.
Dos días después de la operación. Todo lo blanco es la cicatriz. |
Una semana después de la operación. |
Tres meses después de la operación. |
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