Hoy, por la noche que he pasado, por las hormonas, por algunos factores incontrolables, o vete a saber por qué, no he empezado el día con buen pie.
Me he dado cuenta de que hace meses que no me siento mujer. Hace meses que no tengo un ratito para mí sola, para desconectar, para pasear, leer, quedar con alguien... Me he dado cuenta de que ya no soy Mika, soy la mamá de Diego y Delia.
Ahora mismo yo no puedo, doy LME (Lactancia Materna Exclusiva) y estamos en verano. No puedo porque si mi hija tiene hambre sólo la puedo alimentar yo, y si mi hija tiene sed ídem. Y ojo, me encanta, es la mejor decisión que he tomado en mi vida, y claro que me compensa estar dándole lo mejor... Pero quizá hoy necesitaba hacer algo yo sola, y no quiero porque ¿y si le entra sed y yo no estoy? Pues dale agua pensaréis... Pero no. He luchado mucho por una lactancia exitosa y es contraproducente darle agua.
Yo antes de ser madre. |
Estoy harta de maternidades edulcoradas, en las que sólo está permitido decir lo feliz que eres, lo bien que duermes y lo poco que pierdes la paciencia. En las qué si te quejas por algo, viene la lista de turno y te contesta un "es lo que tú has elegido". Claro que yo lo he elegido, igual que elijo aceptar un trabajo de, pongamos dependienta, y si un cliente me habla mal, me grita o me tira una prenda a la cara, tengo derecho a quejarme. Pues esto es igual, no está mal quejarse de vez en cuando de que tienes sueño, de que comes rápido, o de que te duelen los brazos de cargar todo el día a tus dos hijos.
No está mal echarse de menos. No está mal pensar en que ojalá, de vez en cuando tuviésemos ese momento para nosotras. Es lo más normal del mundo y no hay que sentirse culpable, ni mucho menos.
Siempre digo que soy madre por vocación, he nacido para esto, me encanta criar, disfruto haciéndolo, pero claro, es algo que te consume 24 horas, 7 días a la semana, 365 días al año. Agota y hace feliz a partes iguales. Sufres y te ríes a diario. Es algo bellamente contradictorio.
Yo después de ser madre. |
Ésta sensación es pasajera. Ellos CRECEN, y bien sabemos que echamos de menos toda época pasada en la que eran más bebés... Por eso me consuelo diciéndome a mí misma que tengo que disfrutar el estar todo el día pegada a Delia con la teta fuera, porque dentro de dos meses, al introducir la alimentación complementaria, dejara de ser tan bebé. Dentro de un año, cuando empiece a andar y a explorar el mundo que le rodea, empezará a ser un bebé grande. Dentro de dos años, cuando no deje de preguntar el por qué de todo pasará a convertirse en una curiosa niña pequeña. Y así sucesivamente.
Su infancia es efímera, pasa más rápido de lo que nos pensamos... Y aunque hoy me echo mucho de menos, se que tarde o temprano volveré a ser esa mujer que sueña con estudiar lo que ella quiere, con crecer laboralmente, con aprender y disfrutar de la soledad que infravaloramos cuando no somos madres.
Basta de idealizar la maternidad y de querer ser las madres perfectas, tener la casa perfecta, los niños perfectos y todo perfectamente controlado.
La maternidad es durísima, es una realidad que solo se entiende al cien por cien cuando se tiene un hijo.
Estás en tu derecho de quejarte, igual que te quejas si vas a un restaurante y te sirven la comida fría, o de si tenías planeado ir a la playa y te llueve cuando estás aparcando. No te sientas mal por ello, somos madres, pero también humanas, también mujeres, y es muy necesario recordarlo a diario.
No está mal echarse de menos, pero hay que intentar poner el remedio para no hacerlo a menudo.